apthapi, un encuentro en la frontera chileno-boliviana (texto completo)

 

UTOPÍAS POR FALTA DE AIRE

 

 

Viaje de altura

 

No es un misterio para quienes acostumbramos habitar las zonas bajas de la tierra que la altura nos inquiete. Viajar hacia el altiplano es dejar atrás la brisa llena de aire y el azul donde las montañas pierden su reino. El aire es seco y cortante, las noches frías, pero una vez aupado en la serranía los colores del cielo y de la tierra se abren en un fulgor que enciende los alrededores. Todo ello me hace pensar en el origen de las cosas, en el mito. Su nacimiento debió ser una explosión entre las montañas y los bofedales de esta tierra cuando el hombre era una especie muy distinta a la que actualmente conocemos. Sin embargo la mitología ahora se oculta, como una vizcacha recorre tímida y asustadiza las extensas praderas que antes regía y que hoy parecen haberla olvidado.    

 

El abismo

 

Llegas a Colchane, intentas entrar a Pisiga, pero de pronto no estás ni en Chile ni en Bolivia, estás en otra parte, dentro de un tubo colocado encima de la tierra, en un cilindro que une ambos países y por donde nuestros gobiernos nos dijeron que debíamos pasar para no caer al precipicio que separa ambas naciones… ¡Papeles! ¡Papeles!...Todo el mundo en la fila registra sus papeles para dárselos al uniformado del servicio quien determinará si la puerta del otro extremo se abre o se cierra para continuar el recorrido… ¡Papeles! ¡Papeles!... Me distraigo un rato mirando por fuera del túnel y me doy cuenta que las llamas pasan tranquilas de un lado al otro del abismo para ir donde la hierba es más abundante sin entender como lo hacen… ¡Papeles! ¡Papeles!... Hurgo entre mis cosas buscando los documentos, la fila es enorme y parece no moverse. Las llamas vuelven a cruzarse por el vidrio delante de mis ojos, pero otra vez veo que ninguna cae al abismo del que nos advirtieron. Parecen levitar a través de la franja. Camino unos metros hacia un borde del cilindro para ver mejor lo de afuera y descubro que la llanura es rasa como la palma de la mano y que no hay ningún precipicio. Una siniestra revelación me salta a los nervios y asustado entrego mis papeles esperando que todo este en orden.     

 

Testimonio

 

No es una casualidad que nuestros aguayos hayan tapado la línea fronteriza. A eso vinimos desde Iquique y Oruro, a confundir las cosas ¿Has ido alguna vez a una fiesta celebrada en el límite de dos países? En el apthapi los de Iquique tuvimos la posibilidad de tomar el caimán en Bolivia y los de Oruro de tomar un vino en Chile en cuestión de segundos. Celebramos en la frontera y nos olvidamos si pisamos Chile o Bolivia mientras comemos y bebemos alrededor de los aguayos cargados de alimentos. La fiesta crece y atrae un gran número de personas que se acercan por los caminos que se pierden en lo agreste. Algunos provienen de Pisiga Carpa y otros de Pisiga Bolivar, cruzando a diario la frontera para vender sus productos y abastecerse de otros en cada uno de estos pueblos. Todos ellos son aymaras, antes dueños de esta tierra y hoy convertidos en acreedores. Se sientan con nosotros luego de presentarnos y comparten sin dejar de mirar la vigilancia detrás de la alambrada, sin embargo, sonríen sin pudor y nos cuentan sus historias olvidándose un rato de la frontera. Imagino que así debió ser en su pasado remoto, mucho antes de conocerse el nombre de los países que dividieron sus pueblos y por donde intercambiaban sus productos sin ser hostigados. Si antes fue con Perú, hoy es con Chile. Horas después nos levantamos, el viento de la tarde ya es una tormenta que va desolando los alrededores. La gente que vino se marcha. Todos ellos, además, son vecinos, pero regresan a sus casas ubicadas en países distintos… La frontera no es más que una paradoja colocada en sus vidas... Somos los únicos que van quedando en el polvo que levanta el viento... Los orureños nos invitan a su refugio en Pisiga Bolivar... Nos alejamos de Chile a realizar una pawa.

  

Una pawa en Pisiga

 

Bolivianos y chilenos van mascando la coca entre la ventisca que baila en los cerros. Van por calles desiertas vibrando de bombo y zampoñas, van a sellar las cuatro puntas del aguayo, a quemar las ofrendas. La Pachamama trenza en el sol sus hebras de arena, el cielo se prende y apaga, los dioses llegan a la tierra... ¡¡¡JALLALLA!!! se escucha gritar en un recodo del pueblo, aunque la solemnidad del ritual tiene una mueca de payaso en el gesto de quien la preside que rompe su efecto. 

 

Linternas en la noche

 

Caminar de noche por el altiplano es ir a tientas por las estrellas. Estas tan cerca de la vía láctea que la luz de una linterna, por algún camino en la distancia o perdida entre los cerros, bien podría interpretarse como la ráfaga de un cometa o como otra estrella que vino a dar una vuelta antes de regresar a su casa en lo alto. Cuando cesa la luz en Colchane y los demás pueblitos, las linternas salen a caminar a las calles mientras los astros se acercan a mirar el altiplano.

 

A solas por el altiplano

 

Camino por enormes arenales al borde de una carretera desolada. El atardecer asoma. Corre un viento frío y cortante que susurra rasposo en los oídos y levanta la arena. Detrás de mí se aleja Colchane, Pisiga vuelve a acercarse. Sus pequeñas casas en la distancia se esconden y reaparecen detrás del calor que brota del suelo. A esta hora nada parece vivir en el extenso llano de la altiplanicie. Las condiciones son más rudas que las de cualquier otro lugar en el que haya estado. Siento la piel seca y la falta de aire. Levanto la vista y aparecen los Mallkus erguidos sobre la llanura: Tata Sabaya y Mama Huanapa en cada flanco de la ruta. Hace mucho que estas montañas se habían separado por la intromisión de Sajama en sus amoríos, aunque ahora la delimitación de sus tierras terminó por apartarlos para siempre. Queda, de este modo, Sabaya nacionalizado boliviano y Huanapa con ciudadanía chilena, perdiendo sus orígenes aymaras. El juez que sentenció la separación de sus bienes sin siquiera atisbar el índice de su historia… Tu enemigo Sabaya, reposa de tu lado, la infiel se vuelve chilena. La vida jamás ha perdido su ironía. Países enemistados que afectan la cotidianidad de una etnia que no sabía de divisiones. Camino ahora por el mismo lugar que han alambrado y por donde ellos caminaron libres y sin ligaduras, en los tiempos donde reinó el mito y no la imposición de dos naciones… Sus pasos como los del viento ahora enjaulados... Llego a Pisiga de pronto, una pirca me señala una calle. Entro al pueblito seguido por un remolino de arena.

 

Artistas juegan con la frontera

 

De una en una aparecen sus obras acompañando los tramos, la línea por donde se supone va la frontera. Caminando de sur a norte, hacia el Cabaray, destacan como objetos atípicos en una zona de torva seriedad. Veinticinco obras dejadas en la altura inclemente. La gente sonríe, pregunta, carabineros se encona. Vinieron a representar sus ideas, a intervenir el espacio cautivo. Por fuera de las rejas caminan junto a los lugareños, por dentro, son diana de sus uniformados. En la brecha donde se miran los hitos quedan sus trabajos expuestos, en la incertidumbre, que el tiempo verá cómo resuelve. Como un Floreo Aymara en la lana de sus llamas, ellos vinieron a marcar una nueva agrimensura.

 

Jano se queda en el hito

 

Por estas difíciles calles de polvo y de piedra, por el borde de la alambrada que lacera la iridiscencia del sol y quiebra los fríos atardeceres, llego al hito a clavar la imagen bifronte de Jano. Desde otra mitología te traigo a la nuestra: la región que no conocía de fronteras ahora sufre, dividida, la burocracia y el celo de dos naciones. Dejo aquí tus dos caras para que rompas la afrenta y los pasos se abran. Tú a quien el mito dotó la facultad de resolver ecuánimemente las disputas, vuelca ahora tu don hacia esta zona que vive fragmentada. Apura la concordia hacia su tierra que hoy gobiernan dos gigantes en pugna. Adiós Jano y hasta un nuevo encuentro. Quedas en el atril que parte el corazón de estos pueblos. Adiós Jano, adiós.

 

Emboscada

 

Un compañero del colectivo orureño pide mi apoyo para realizar su performance: debo caminar por el territorio de Chile hacia la línea fronteriza mientras él hará lo mismo desde Bolivia tocando una zampoña. Una vez que nos encontremos en la frontera él me pondrá un poncho y me dará otro instrumento para que toquemos juntos. Le digo que no se tocar la zampoña, pero me responde que no importa y que lo simule. Esta idea simbolizará la unión de ambos países, agrega. Sin tener muchas ganas acepto por cortesía. Todo resulta bien hasta que el encuentro llega a su fin y al despedirnos me aclara que me ha escogido para demostrar el robo extranjero y por ser un nadie, es decir, una persona sin tradiciones. Un doble sentido brillante que me ofende y me hace entender que durante los tres días de fraternidad su rencor estuvo muy bien simulado. Finalmente entiendo que odiosidades como esta son las que terminan dando sustancia a la frontera y hacen que la rivalidad de dos gobiernos adquiera sentido entre las personas, pero intento avanzar un poco más para salir de la ofensa y es ahí cuando su acción cobra sentido y deja de molestarme. Mi amigo tuvo mucha razón con su performance: después de la guerra y en adelante, el norte de Chile tomó otras tradiciones que son con las que ahora se viste y simula una identidad de la que carece. Comprendo entonces el modo en que ve al extranjero que compra sus prendas para después usarlas como clichés al turistear por sus calles o toma sus bailes para llevarlos a su provincia. Si algo auténtico pudimos tener en las costas de Iquique se fue con el último de los Changos que no pudo contar sus historias, pero al menos nos queda la etnia de nuestro vecino que ha sabido sobrevivir al colonialismo, los exterminios y al nacionalismo, mostrándonos ahora, cuando ya es casi una quimera, su cultura, intacta como el primer día que debió ver su nacimiento.        

 

 

 

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