Caravana 60

[24-08-18 al 26-08-18]

 

Tomamos la palabra caravana del persa karawan, quienes la acuñaron para referirse a las largas filas que formaban con sus camellos mientras recorrían el desierto. Hoy, y después de 60 años, volvemos a usarla para atravesar el altiplano chileno con destino a la elevada ciudad boliviana de Oruro, imitando la valiente hazaña que nuestros antecesores realizaron cuando las carreteras eran un sueño que todavía no rayaba el desierto.

Viajar en caravana es una oportunidad para integrarse con otras personas y aprender de ellos, hacerse amigos. Detrás hay una afinidad en común que lo facilita: todos compartimos el gusto por los viajes y las ganas por descubrir las costumbres que llenan cada lugar donde se arriba. En el trayecto, nos dimos cuenta que los extenuantes recorridos por la altura se aminoran gracias a la singularidad de los paisajes: los atardeceres de nubes rojas y los altos cerros que se erizan en la geografía y que son hogar de los pueblos que supieron habitar las zonas altas de la tierra.

Hay un sinfín de impresiones que me gustaría contar de esta experiencia, pero no bastaría. Ojala tuviera la capacidad para resumir la vivencia de cada integrante de la caravana y así compartirla: desde la búsqueda del alojamiento por las frías noches orureñas, hasta el detalle que pudo exaltar la atención de alguno de sus sentidos. Seguramente las fotografías darán cuenta de ello y aparecerán los colores y las formas del enigmático departamento de Oruro, completándose la historia.

Comparto, entonces, dos pequeñas impresiones en este relato, modestas por cierto, y muy alejadas de las pretensiones de cualquier experto:

En Huachacalla nos recibieron con un cántico que demostró el talento y la sensibilidad boliviana. Nadie esperaba que en un pueblito entre Iquique y Oruro la gente se diera el tiempo de investigar acerca de nuestra ciudad y creara una canción que abordaría el bus para viajar y regresar con nosotros:

“Dragoncito iquiqueño siempre poderoso
Todos se enamoran porque dominas dólares”

…Tengo la imagen de una señora que vi despidiéndonos con un ramito de yerbas cuando la máquina reanudó la marcha…

En Oruro pasó el resto: el pasacalle y la bienvenida, las actividades contempladas para los tres días de estadía y las improvisaciones que enriquecieron aún más el intercambio cultural de las delegaciones. Sin embargo, el aniversario de uno de los bailes del Carnaval conquistó mis intereses, quizás, por ser la primera vez que veía tantas formas y colores agitándose entre máscaras y ornamentos, y sentir el ritmo que ha vibrado durante más de dos mil años y que la Unesco rotuló como una “obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad”

Oruro ha creado un nuevo arquetipo y ha dejado su huella en la conciencia mundial y latinoamericana...

…Cierto espanto y fascinación me hicieron recordar el delirio de un sueño… Una extraña energía se apropiaba de la calle y tuve ganas de liquidar al ángel San Gabriel para que los diablos quedaran libres y se fueran bailando por los estrechos pasajes orureños…

El resto fue deshacer el camino divagando con aquellas impresiones: los diablos invadiendo Oruro y una señora con sombrero de hongo despidiéndose con un ramito en la distancia.

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