Control remoto

De la cama resbala, cae, paf, un ruido fuerte y repentino retumba y se eleva del suelo al resto de la pieza cuando da un salto inesperado al abismo. Cómo puede ser posible que un artefacto tan liviano y pequeño sea capaz de producir un estruendo superior al de su tamaño. La física debería estudiarlo, algo tiene que la gravedad lo hace caer con una aceleración superior a la que debe calzar con su peso. Un plato podría igualarlo, pero éste se quiebra y justifica su estruendo, el control remoto, en cambio, permanece en una pieza, a lo más son las pilas las que salen disparadas hacia los rincones al darse contra el suelo, pero ello no justifica su escándalo tan desmedido. Su peso no debe superar el gramo, pero su grito de dolor es potente como el de un elefante que se clava una espina en la sabana y gime espantando al resto de los animales. En otras ocasiones se escabulle silencioso, se aparta del tacto, de los dedos y desaparece de la cama sin poder darle caza a pesar de alborotar las sabanas y arrojar las almohadas por el aire que terminan dejando el colchón al descubierto. 

El control remoto tiene una capacidad superior a la de dos amantes para desordenar  la cama mientras follan agitados o mejor a la del hombre bala para salir volando de una plataforma aprovechando la repentina onda del cubrecama que alguien genera, como un suicida con casco que en el fondo no quiere hacerse daño, aunque ello mismo es la causa por la que tarde o temprano termina averiado de tanto golpe y su muerte sea un fastidio mayor al que producía cuando todavía era joven y se empeñaba en desaparecer o salir volando por los aires. 

El control remoto no es obediente como la tele que permanece fija en su lugar y cumple las funciones que se le ordenan, y por alguna razón misteriosa es presa de un Tánatos irremediable que no viene dado de fábrica.               

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