La madrugada de ese día el viento respiraba con fuerza, a ratos se silenciaba, pero sólo para volver a exhalar con mayor energía desde algún pulmón indescifrable. Dentro de las casas daba la impresión que los muros se apretaban aguantando el poder de las ventiscas; por fuera volaban techos y escombros sin detenerse dentro de volutas transparentes. De súbito, Una trizadura en una de mis ventanas me hizo saltar de la cama. Todavía oscuro, pero ya aclarando, vi al asomarme por el marco el color térreo del polvo en el fondo de todas las cosas y, más arriba, la duna deshaciéndose sobre Iquique. Esa madruga supe que el dragón había despertado del fondo de la arena y que se preparaba para volar hacia la costa.