El sueño de Cortázar

                Un sueño extraño me invadió una madrugada, Cortázar y Benedetti lo protagonizaban. Los tres vivíamos en el mismo edificio, Julio era el dueño y yo le arrendaba una pequeña habitación en el mismo piso donde él vivía. Ciento cuarenta mil pesos me cobraba el mes de arriendo. Era febrero y estaba preocupado porque le debía enero. Recuerdo, además, que no tenía mucho dinero, pero algo que había pasado en otro momento, me advertía que en ese instante poseía lo suficiente como para pagarle a Julio el mes que adeudaba. La atemporalidad que rige en los sueños produce estas convicciones. También quería invitar a salir a mi pareja, a quién no veía hacía mucho, y darle algo a Benedetti por los libros que siempre me regalaba.

 

                Salía de mi pieza y me iba por un pasillo. No sé en qué piso me ubicaba, pero era un edificio viejo y oscuro. Llegaba sin dificultad al departamento de Julio y tocaba. Me abría su esposa, Aurora, pero lo extraño era que la puerta, por el otro lado, era el interior de un refrigerador antiguo por donde me tenía que abrir paso entre huevos y botellas de leche para llegar al interior del departamento. Cuando llegaba al living, Aurora me decía que aguardara un momento. Caminaba hacia un lavaplatos y notaba como el artefacto se despegaba del muro hasta descubrir una puerta por la que se introducía. Quedaba solo en el living. El departamento de Julio era mucho más grande e iluminado que el mío y tenía enormes ventanales por donde podía verse una ciudad que desconocía. Luego de unos minutos, veía como Aurora se asomaba por otra franja de la pared, por detrás de un horno, para ser más preciso. Un complejo mecanismo parecía estar oculto en todas las paredes del departamento. La puerta, detrás del horno, por donde me decía que pasara, volvía a cerrarse cuando quedaba a mis espaldas, revelando el sonido de los engranajes. De inmediato escuchaba las voces de Julio y Mario en el cuarto al que había ingresado. Al verme, Benedetti se acercaba y me regalaba otro libo, aunque el título de éste, como el de los otros libros que me había dado, sigo sin recordarlos. Era joven y me asombraban sus piernas tan flacas. Vestía un Montgomery oscuro, pantalones blancos tipo elefante y una boina, como si se hubiera disfrazado de un marinero antiguo. Su bigote era el de siempre.

 

                - Me marcho – me decía sonriendo con el mostacho algo más encumbrado por la mueca de la boca – nos vemos pronto.

 

                Julio me miraba de pie al lado de una mesa llena de papeles. Su cara era amable y una fiel representación de las fotos que había visto: la barba, sus enormes lentes y sus ojos en la circunferencia que creaban sus ojeras y sus parpados. Detrás de él colgaban pizarras atestadas de números y formulas matemáticas y, más allá, la entrada de una pieza donde alcanzaba a ver una cama de dos plazas y un sillón de color rojo. El cuarto estaba muy bien iluminado y tuve la impresión que se trataba de su escondite.

 

                - Buenas tardes Julio, tengo su plata… la del mes de enero… la que le debía.

 

 

                - ¡Qué bien! – me respondía Cortázar con su voz ronca y sonora – pero hasta donde recuerdo también está pendiente la mensualidad de diciembre.

 

                - ¿Diciembre…? – Contestaba sorprendido – Pero si ese mes está cancelado Julio, yo mismo vi como lo anotaba en un papel la vez que le pasé la plata en el pasillo.

 

                - La verdad no recuerdo – me decía removiendo los papeles sobre la mesa.

 

                Tuve una fea sensación. No quería estar en desacuerdo con alguien a quien admiraba y que además era el propietario del lugar donde arrendaba, pero estaba seguro que diciembre estaba cancelado. Había visto como lo anotaba con un lápiz grafito en un enorme papel lleno de palabras.

 

                - Era un papel grande Julio – le decía mientras él seguía buscando en los que estaban en la mesa – lo anotó con un lápiz grafito.

 

                - ¿Uno como éste? – me preguntaba tomando un papel largo como los mapas antiguos y elevándolo de la mesa.

 

                - Ese mismo.

 

                Cortázar buscaba en la extensión del documento, acercándose el pliego a los ojos para ver mejor entre palabras que se enredaban y otras que estaban por borrarse.

 

                - Fue en una esquina del papel, a mano derecha, casi al final – le indicaba tratando de ayudarlo.

 

                Veía como hurgaba en todas las puntas del documento, al revés y al derecho, pero su insistencia era una señal negativa y sentí pena porque de seguro tendría que pagar nuevamente diciembre y eso haría que me fuera imposible invitar a salir a mi pareja y hacerle un regalo a Mario por los libros que siempre me daba.

 

                - No lo encuentro – me decía mirándome fijamente.

 

                Le pedía permiso para tomar el documento y ayudar a buscarlo. Era el mismo papel que recordaba y de inmediato distinguí la enorme Z en manuscrito donde vi que había anotado mi nombre, aunque ya no estaba. Pensé que al estar escrito con lápiz grafito, era posible que el roce con los demás papeles lo hubiera borrado, pero era imposible que en un mes eso pasara.

 

                - ¿Y ahora qué hacemos Julio…? Yo estoy seguro de haberle cancelado ese mes, no tendría el descaro de estafarlo y menos de andar con mentiras ahora que me ha recibido en su casa.

 

                Cortázar tomaba asiento en uno de los grandes sillones que había en la habitación y encendía un cigarro. Volvía a mirarme con seriedad, pero sin dejar de tener un gesto amable.

 

                - El problema es que yo no recuerdo que me hayas cancelado, pero lo que sí es cierto es que en ese papel anoto a la gente que me paga.

 

                - No sabría que hacer Julio, supongo tendré que volver a pagar diciembre para no echar a perder las cosas.

 

                - ¿Supones que para mí vale más un documento que la honestidad de una persona?

 

                Julio no dejaba de evaluarme desde el sillón donde lo veía cruzado de piernas y echaba humo. Andaba con pantalones claros, una chaqueta de pana café y, debajo, traía un chaleco rojo que le asomaba por el cuello. Su cara me daba la impresión que salía de su cuerpo y flotaba en el humo. Sus ojos de fauno, detrás de sus lentes, se hundían entre sus ojeras y la caída del parpado.

 

                - Podríamos echar una moneda al aire y ver que sale – le decía – tampoco quiero que por un documento se dañe la estima entre dos personas.

 

                 Veía, después, como Cortázar se levantaba riendo del sillón y se dirigía hacia donde estaba. Fue entonces cuando reparé en su imponenete estatura. Me tomaba del hombro y me encaminaba a la salida de la habitación. Destrababa el sistema del muro y la puerta volvía a abrirse, corriendo el horno del otro lado. Entrabamos al living y abría la puerta principal. El interior del refrigerador reaparecía y nuevamente me vi cruzando a través de los huevos, las botellas de leche y los demás alimentos. Julio iba detrás y quise preguntarle por la particularidad de la entrada, pero me contuve. Al salir al pasillo del edificio, vi que Nick Nolte aguardaba. Tenía el pelo largo y la barba algo crecida. Andaba en bata y pantuflas.

 

                - No logré conseguirlo – le decía a Cortázar apenas lo veía salir del departamento.

 

                Julio cerraba la puerta y se despedía de mí sin darle más vueltas al asunto de la deuda. Nick me hacía un gesto con la cabeza. Vi, luego, como se alejaba junto al actor por el antiguo pasillo del edificio. Yo regresaba a la pequeña opacidad de mi cuarto y buscaba, entre los papeles que tenía en el velador, algún comprobante que diera cuenta que le había pagado a Cortázar el mes de diciembre. Después despertaba.

 

 

    

    

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