Grillos

Un grillo de traje puntiagudo y ojos negros arrastra su panza por la cerámica helada de la cocina. De pronto se pausa y mueve sus largas antenas, toca una y otras vez con sus puntas las hendiduras del suelo aventajando el peligro de una ruta desconocida, después corrige unos milímetros el curso, levanta las antenas y continúa, siempre en recto, jamás dando círculos, como un barco, desplazándose a trazos de escuadra y deteniéndose cada cuarto de cerámica para otra vez evaluar con sus antenas el camino que surca. 

Varios centímetros más arriba lo veo sin que lo sepa, capta la vibración de uno de mis pies al moverlo y asustado da un brinco que lo borra del piso. Pestañeo dos veces y al tercer parpadeo lo veo otra vez indagando, parando para evaluar el rumbo según las indicaciones dadas por sus antenas, y así reanudar la marcha. 

En la oscuridad fuera de la cocina cantan los que no veo dentro, el sonido estridente de sus patas traseras raspándose entre minúsculos recovecos. Espolones de gallo trinando a lo largo de las canillas movidos por la musculatura de los muslos que también los impulsa por el aire y que les sobresalen como dos piernas humanas colocadas al revés de un cuerpo diminuto. 

Sin saber cómo otro grillo dentro de la cocina en plena madrugada, dos ya por el frío blanco de la baldosa aproximándose a trazos de escuadra y tanteo de antenas por debajo de mis ojos. Al encontrarse una pausa diminuta cargada de suspenso, dos ortópteros que se olfatean mediante el radar que llevan en la cabeza para después continuar buscando una salida, indiferentes uno del otro. 

Apago la luz y regreso a la cama, dejo en paz a los grillos estudiar la losa fría de la cocina para que puedan encontrar la salida al patio donde los demás afilan sus espolones y trinan en los minúsculos agujeros que esconde la noche.              

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