Hilo dental
- Usted goza de buenos dientes, pero debe cuidarlos mejor… ¿Caries?… ninguna, y debe ser porque nunca abuzó del azúcar, aunque empiezo a ver signos de deterioro en el esmalte… cambie a un cepillo más blando y aumente la limpieza…
Salió de la oficina con las encías adoloridas, hacía más de diez años que no visitaba un dentista y tenía una buena razón: jamás, desde su infancia, se había retirado de una consulta sin sentir dolor. Sus recuerdos eran todos negativos y detestaba, sobremanera, el color del acero quirúrgico resplandeciendo en los pequeños instrumentos que reposaban sobre aquella silla que parecía provenir de alguna sala de torturas del Medievo. Nada es amigable en una sala de operaciones y la de los odontólogos se lleva todos los galardones.
La limpieza dental que se había realizado, además del fuerte dolor y las molestias recurrentes, ocasionó que sus encías sangraran profusamente alargando a casi una hora una intervención que no debería superar los quince minutos de trabajo. El especialista pareció no sorprenderse cuando le consultó el motivo, pero él estaba seguro que parte de su repertorio incluía la simulación cuando algo se salía de la norma. Su conclusión fue clara: más allá del título, es el pulso de un dentista el que debe considerarse antes de acordar cualquier intervención.
Se dirigió a una farmacia sin dejar de sentir enfado, compró un cepillo blando y un hilo dental con cera sabor a menta. Mientras pagaba recordó a su abuelo limpiándose los restos de comida con un mondadientes o pidiéndole a la abuela hilo de coser cuando ya no quedaban. Sin duda eran otros tiempos donde el cuidado bucal no tenía la prioridad que goza hoy en día y la odontología hallaba el sustento en la confección de placas dentales.
En casa se calentó un plato de pollo con arroz, pero el dolor de sus encías apenas le permitió mascar algunos granos. Pensó en hacerse una sopa, pero la pereza se impuso. Prendió la tele y colocó el noticiero. La monotonía de los temas lo llevó por distintos canales sin encontrar nada que le interesara. Apagó el aparato y se fue a dormir a su cuarto. La noche avanzaba silenciosa y al recostarse sintió que los dientes le vibraban. Se los tocó con la lengua y advirtió como el dolor se intensificaba. Se levantó al baño, prendió la luz y apenas abrió la boca para mirarse en el espejo, notó, con espanto, que sus encías estaban rojas e hinchadas, casi a punto de estallarles. Dentista de mierda, pensó. Buscó un paracetamol y volvió a la cama, confiando que el sueño se encargaría de remendar todo lo que habían descompuesto en su boca.
Cerca del amanecer tuvo que regresar al baño, su boca no estaba bien, algo era distinto. Se tocó los dientes sobre el lavamanos y descubrió un alambre fusionado a todas las piezas dentales de su mandíbula superior, de la última muela de su encía a la otra. Tiró de él, pero no cedía. Lo hizo con mayor energía y notó que la mandíbula se le desencajaba y comenzaba a desprenderse del hueso de la cara mientras seguía tirando con sus manos. Lo que vio a continuación lo dejó aterrado: de sus dedos colgaba la totalidad de su maxilar superior, balanceándose y chorreando saliva desde el alambre que lo sujetaba.
Abrió los ojos junto a un espasmo, sintió la sudoración mojando las sábanas de la cama y, luego, ese inmenso alivio que nos proporciona la realidad al darnos cuenta que todo ha sido una ficción de la mente. Sus dientes continuaban ahí y no dejaba de palparlos con sus dedos para sentirlos debajo de sus labios. El dolor que tenían sus encías era lo menos importante.
Sin poder volver a dormirse, decidió levantarse. Tomó el cepillo y el hilo dental que había comprado y se dirigió al baño para asearse. La ducha fue lo siguiente. El agua fría que recorrió su cabeza lo sacó del letargo, aunque volvió a palparse la mandíbula. Giró la perilla del agua caliente y se quedó largo rato debajo del chorro, sin moverse y con la mente en blanco, deseando alargar aquella sensación más allá de lo prudente. Pensó en el orden de sus actos, quizás lo correcto era cepillarse los dientes y después tomar un baño para que el agua desprendiera cualquier residuo que hubiera quedado cerca de la boca. Un análisis más concienzudo le habría hecho suponer que ese tipo de ideas son las que propician trastornos obsesivos. De todos modos, invertiría el orden de su rutina al siguiente día. A continuación tomó el hilo dental y cortó un pedazo, enrollando una porción en el dedo índice de cada mano para luego apretarlo con los pulgares. Abrió la boca y comenzó a deslizar el filamento entre las aberturas de cada diente. No tuvo problemas al pasarlo entre las paletas, los caninos y los premolares, deslizando el hilo sin necesidad de forzarlo. Sin embargo, al intentar introducirlo en el espacio del primer y segundo molar del maxilar superior se encontró con una poderosa barrera. La abertura entre cada diente era tan estrecha que impedía que el hilo pudiera desplazarse. Lo apretó con fuerza entre sus dedos para tensarlo y con energía lo impulsó hacia arriba utilizando la fuerza de sus manos. El hilo se abrió camino, pero la energía que utilizó ocasionó que el filamento se enterrara en sus encías hasta detenerse en el hueso del maxilar. El fuerte dolor que sintió lo obligó a cerrar la boca y en cosa de segundos el sabor a menta del hilo dental se fue mezclando con el de su sangre. Se dirigió al lavamanos y escupió una amalgama espesa y sanguinolenta. El inmenso coágulo se deslizó lentamente por un borde de la loza hasta llegar al agujero del desagüe. Volvió a escupir y un segundo coágulo repitió la trayectoria del primero. Es imposible que sangre tanto, pensó con nerviosismo. Regresó al espejo con el hilo dental todavía entre los dientes y al abrir la boca la imagen roja e hinchada de sus encías volvió a dibujarse. Finalmente estallaron, se dijo con evidente terror. Un tercer coágulo explotó contra las cerámicas del piso mientras se dirigía al lavamanos ya incapaz de aguantarlo por más tiempo dentro de la boca. Volvió a escupir y esta vez se dio cuenta que el color de la sangre que se deslizaba hacia el agujero del desagüe era mucho más oscuro que el de los coágulos anteriores. Recordó el sueño que había tenido horas antes sin lograr definir qué realidad era más espantosa.