La cruz de San Benito
El viento se coló golpeando los cilindros metálicos que colgaban en la entrada de la casa. El sonido, liberado, retumbó armonioso durante algunos segundos en las cercanías del umbral, luego, se difuminó hacia allende, hacia regiones que el oído humano jamás lograría alcanzar.
De lo insospechado una ráfaga de aire, una transparencia, detuvo su trayecto, como si el sonido proveniente de los cilindros se lo hubiera ordenado. Después, cambió el rumbo. Puso frente hacia la aldea de donde la música venía, olvidándose de la nieve en la cima de una montaña que deseaba visitar.
Rauda descendió de las zonas frías de la altura, penetró por la ventana de un hogar deshabitado y salió por otra, desordenó el peinado de una mujer que caminaba, y sin que nadie supiera quién había sido, hizo sonar la flauta de un niño en una sala de clases. Buscaba el llamado en la llanura.
Una nueva ventisca hizo chocar los cilindros. La ráfaga puso atención. Se desenredó de un enjambre de abejas con el que se distraía y enfiló por un muro fuera del jardín donde estaba. El tañido había vibrado cerca.
Levantó espirales de polvo en los pórticos de las casas que investigaba. Salió y entró de unos cincuenta antejardines. Ocasionó, incluso, el calosfrío en el espinazo de un vagabundo que creyó verla mientras descansaba a la sombra de un árbol. Sin embargo, no daba con la casa que llamaba.
Otro chocar de metales se escuchó llenando los espacios silencios del barrio. La ráfaga volvió a movilizarse hacia el sonido, intuyó que se encontraba a escasos metros de donde el silencio se quebraba.
Al llegar vio el colgante en la entrada, todavía se balanceaba. Se escurrió por el caminito del patio delantero que conducía a la casa, levitó por las escaleras del pórtico, aunque al llegar a la puerta, algo, como una fuerza circunscrita al marco, la detuvo. Notó que un símbolo clavado en el umbral era lo que impedía la entrada de su cuerpo intangible.
Cuando los cilindros de metal volvieron a sonar en el pórtico, la ráfaga se deshizo, desapareciendo con el viento que los agitaba.
Cerca de la medianoche un niño que pasaba tomado de la mano de su madre, sintió la melodía. Cundo le preguntó cómo se llamaba el objeto que sonaba a media luz en la entrada de la casa, ella le cotestó que era conocido como el llamador de ángeles.