La jaula
La máquina inició su día con su monótono despertar. El hombre oprimió el botón y tranquilo miró como sus engranes hacían rotar la estructura cilíndrica produciendo aquel chirrido siniestro que espetan las máquinas cuando se ponen en funcionamiento. Cuando el aparato alcanzó el máximo de su contorción, el hombre volvió a oprimir el botón alejándose del lugar. La máquina, obediente, retornaba a su posición original a espaldas suyas.
El artefacto empotrado en un rincón de la enorme industria era la única herramienta que por su complejidad destacaba en un primer vistazo. Mangueras y palancas relucientes se desprendían de su cuerpo hueco y redondo, nadie imaginaría que un objeto de ese tipo podría hallarse en un lugar tan rudimentario, carente de toda estética y tecnología. Su singularidad provocaba una extrañeza que hacía pensar en algo siniestro, en un secreto vergonzoso escondiéndose en la oscuridad de un rincón retorcido.
Un segundo sujeto se acercó al artefacto gritándole al que lo había puesto en funcionamiento si había verificado la apertura de las puertas, su negativa hizo que volviera a oprimir el botón. La máquina otra vez rotó escupiendo su infernal sonido por los espacios de la fábrica hasta quedar invertida. En ese punto el sujeto manipuló una palanca que ocasionó se abriera por entero un costado del cilindro, como una boca que se prepara para engullir un trozo de alimento. Luego volvió a manipular el circuito y la máquina cerró sus fauces recuperando lentamente su posición inicial. Cuando el tipo comprobó que todo estaba correcto avisó a los demás hombres que estaban en el lugar con un grito. Uno de ellos reunió un grupo indicándoles que ya era hora de poner a los animales en el túnel. Después de eso caminaron a la salida de la fábrica perdiéndose en el exterior.
Afuera se percibía el hálito de cientos de vacas escapándose en un blanco mugido. El inmenso establo donde pastaban se delineaba en el llano de una tranquila pradera cuya forma rectangular se unía a uno de los muros de la fábrica mediante un estrecho cercado que hacía de pasadizo.
Uno de los sujeto se separó del grupo para enfilar hacia la línea del cercado, mientras los demás seguían el tránsito hacia el corral gigantesco. El que iba solo, al llegar, destapó una compuerta utilizada para separar el pasadizo del establo, mientras los otros se colaban dentro del corral. Una vez dentro, se dedicaron a seleccionar los novillos marcados con pintura roja a un costado de sus panzas color pardo, arriándolos hacia la entrada del cerco. Llegados a ese punto, los empujaban hacia el pasadizo, obligándolos a entrar de a uno a la línea estrecha del corredor formando una larga hilera de cabezas cornadas. Después de repletar el pasillo, uno del grupo volvió a cerrar la verja a espaldas del último novillo, quedando impedidos de girar o moverse. Por sobre el cercado se apreciaban las cabezas y narices húmedas de los becerros mugiendo con inusual desasosiego.
El hombre que había abierto la verja golpeó con energía unas puertas de latón oxidado colocadas en uno de los muros de la fábrica, justo al frente de la primera cabeza del novillo puesto en el corredor. El llamado no tardó en recibir respuesta y las compuertas se abrieron dejando ver la abertura caudal de la máquina al interior de la fábrica. El primer novillo fue empujado hacia su interior y una vez dentro del artefacto las puertas de latón volvieron a cerrarse. La máquina estaba hecha para que el animal pudiera entrar desde atrás y sacar la cabeza y el cuello por delante, dejándole el resto del cuerpo atrapado en la estrechez del cilindro. Uno de los hombres dentro de la fábrica oprimió el botón para ponerla en funcionamiento y ésta fue rotando al becerro hasta dejarlo patas arriba, quedando la parte inferior de su cuello al descubierto. Otro de los trabajadores apareció por un costado del cilindro y sin importarle los desesperados mugidos del animal y sus inútiles contorciones dentro del aparato, le insertó el filo de un enorme cuchillo en la base del cuello, serruchando la piel, las venas y la tráquea, para detenerse justo antes de llegar a la cervical. De la enorme incisión un derrame rojo rápidamente se fue combinando con los otros colores en aquella parte de la industria. Cuando el desangre disminuyó su caudal, el hombre encargado de manejar el artefacto oprimió la palanca para abrír sus compuertas laterales, el animal, aún vivo, resbaló bruscamente fuera del aparato, deslizándose a una plataforma donde un grupo de sujetos lo esperaban para descuartizarlo. El primer corte fue desde el estómago hasta la base del cuello, dejando salir sus vísceras fuera de la panza que se deslizaron como gelatina sobre el piso ensangrentado. El animal intentaba alejarlos mediante escuálidos mugidos y patadas sin fuerza, abriendo sus enormes ojos negros que daban cuenta de su pánico asfixiante. Dos depredadores más se abalanzaron sobre su estómago desparramado en el piso para trenzar las tripas y cortar los demás ligamentos que mantenían pegados los órganos al cuerpo del novillo, luego se enfocaron en la caja torácica separando ambas costillas mediante un corte a lo largo del esternón para proceder de igual forma con los órganos de esa zona. Con el pecho abierto podía apreciarse un débil palpitar del corazón bombeando la poca sangre a las contorciones intermitentes de los miembros moribundos del animal.
Durante esa jornada la máquina no pararía hasta tragar toda la hilera de novillos atrapados en el pasadizo, escupiendo cuerpos desangrados para después engullir otros y continuar el proceso hasta que el hombre decidiera detenerla. La fábrica en aquel rincón se convertía en un manchón rojo por cuyas canaletas escurrían litros de sangre.
Fuera de las puertas de latón se podía escuchar el grito de terror de los novillos puestos en el corredor, acaso intuyendo el espanto a segundos de aparecerles advertidos por el gemido del becerro que era desmenuzado al interior de la fábrica. Los del corral, en cambio, ni siquiera lograban advertir la bestialidad humana ejecutándose a pocos metros de donde pastaban.