El perro me fija la vista mientras yo hago lo mismo con los dedos puestos en el teclado. Debe preguntarse dónde andas o por qué desapareces tanto. Pero creer eso del perro sería deformar su imaginación con doctrinas humanas. Para él debemos ser la misma cosa que a veces se hace dos y después otra vez una. Algo que se desdobla para hacerle compañía y entretenerlo un rato. Para que le tire la pelota mientras el otro cocina o para que le dé la vuelta mientras el otro riega las plantas. Para el perro debemos ser la misma cosa que a veces huele diferente. Una amalgama que se desenreda cuando quiere hacerse compañía, de pelo largo o corto, de caricias suaves o bruscas; que se encierra en un cuarto para volver a enredarse; que cambia de anatomía cuando entra o sale del baño. Para el perro debemos ser la misma cosa, pero eso no quiere decir que no extrañe al otro cuando la cosa se queda estacionaria en un género. El perro quiere el desdoblamiento, le gustan las dos partes. Cuando no estás o yo soy mucho rato, me mira exigiendo que salgas de ahí dentro.