Los albores
Prólogo
En Tarapacá el tiempo remoto confluye en todas partes, y es su presente la vitrina de un gran museo que muestra sus vestigios en la inmensidad de las rutas o en las cortas avenidas de sus pueblos y ciudades. Aquí el pasado tiene un legado tangible, sólido pero vulnerable; dañado hasta donde he visto.
El presente libro, es un intento por hacer un pequeño decoro sobre algunos de sus invaluables testimonios y, en especial, sobre aquellos que considero más desprotegidos. La palabra será entonces la que intente ocasionar un cosquilleo en torno a la excepcional historia con la que han viajado por el tiempo.
Cada poblado de la región guarda un legado que no ha sabido preservarse. El progreso, que no demuestra interés por la conservación patrimonial y que explota indiscriminadamente la tierra, parecen ser la espada de Damocles que pende sobre ellos.
Este librito guarda, además, una segunda amenaza: corre el riesgo de quedar obsoleto. Si La restauración y el modo correcto de conservar los hitos tomara el interés de las autoridades competentes, podría ocasionar que la espada caiga sobre su contenido.
Espero que así sea...
Iquique, 2016.
Atacama
El universo, el cielo, el espacio;
Un meteoro desintegrándose
Dentro de la atmósfera
Antes de golpear la montaña
Y fragmentarse sobre el desierto;
Tomo un tour y veo a Saturna flotar
Dentro de un telescopio.
La nieve escurre de una cima
Hacia la planicie del valle;
El agua crea surcos
En la cara de los volcanes;
El Licancabur se muestra
Al final de una calle de adobe.
Todo es rojo y violeta antes de la noche.
La altura y el frío cordilleranos,
El hielo apretando las lagunas;
Todo es blanco sobre una llanura
Donde el sol se enajena;
Una noche terrible y desolada
Durante un sueño que me lleva
A los pies de una montaña.
El silencio dentro de una cueva
Donde la sal cruje bajo la tierra.
El sendero del Likanantaí entre las grietas
De una cerro que ahora recorro;
Los Pukarás que una lluvia
Fundió a la montaña.
Una cima donde todo se inmensa
Y el planeta se ahonda.
Río Loa
Deslizándote
Desde la altura del Miño,
Ruedas como una gota sobre la arena,
Horadando planicies y pendientes,
Reptando, fluyendo y volviendo
A cavar en la cuenca
Hasta imponer una línea
Cristalina en el desierto:
Caes en el Pacífico
Como un milagro.
Rio audaz de Chile,
Lejos de la fertilidad
Y las grandes vertientes
Apareces en el norte
Delirando de agua y de verde,
Por el Atacama rodando como un cántaro
Desde la cordillera a los valles,
De Chiu-chiu, Quillagua y
Hasta el hondo surco de Huelén
Sin querer detenerte.
Changos y atacameños
Bebieron de tu agua,
El chasqui que alcanzó tus orillas
Y hasta la usura española
Que se expandía.
Luego las próximas generaciones
Que se fueron mezclando;
La humanidad que logró verte
Sin sedimentos ni relaves,
Corriendo libre por
La ondulante quebrada
Como el indio
Que ya no pisa la tierra.
Cuando hoy me asomo
Por las hermosas laderas
De Caleta Huelén,
Sé que hacia arriba
Del hondo barranco
Chile permite secar
Los humedales y
Dañar la pureza del agua.
La vida que brotó
De los altos manantiales
Y que supo fertilizar
La dureza de las piedras,
Se extingue por la sumisión
De la ley hacia la Gran Minería.
En el delta del Loa
El río hoy cae moribundo
En las orillas del Pacífico.
Castillo de Huanillo
Desvisten al que cae,
Le rayan los muros, la piedra
Que también es tu casa.
La ruina que en el mar
Testimonia
Es un crepúsculo caído,
De lejos un espejismo
Que asoma en la piedra,
Una torre en un peñón
Más de la costa.
Piedra geométrica
Que pausa la vista
En el recorrido.
Edificio granizado
Sobre sal petrificada,
En el despoblado
Sonido de una ola
Que no logra treparlo.
Eres una roca vestida
Para un eterno velorio.
Sobre un precipicio
Del que no puedes lanzarte
Ves tu desgracia;
Al fondo el mar te mira
Como un gran espejo.
La vanidad que con orgullo
Te erigió te ha olvidado,
El fuego en la chimenea,
El agua dulce en los jardines
Reptan hoy bajo el áspero
Vientre de una lagartija.
Eres una osamenta
Que dejaron sobre la tierra.
En una rústica región
De sensibilidades ciega,
Queda tu cuerpo en el mirador
Que es del olvido.
Una veta de cobre
Pudo haberte aniquilado.
Mejor que así sea:
El espacio libre y desolado
Guarda mejor que la autoridad
Desde el palco.
Tu tiempo es el tiempo no datado,
Los minutos petrificados
En los siglos que no
Pudieron claudicarte.
En el lugar donde la sal se condensa
Te eriges como un relicario,
En la iridiscencia
(Que es brisa de mar
Tocando el desierto)
Quedas anquilosado
Como un nuevo Prometeo.
Pabellón de Pica
Un gigantesco bloque de piedra se aventura,
Quiebra la imponente uniformidad montañosa
Para acercase al mar y refrescarse.
El suelo tiembla, ruedan los peñascos
Despertando de su profundo sueño,
La planicie se corta, el paisaje cambia,
Una joroba colosal aparece,
Surge la alta península,
Luego el retorno al eterno silencio,
El nuevo reposo de los peñones
Durmiéndose en otro sitio.
Después fueron los pelícanos,
Los cormoranes, la gaviota;
El lomo negro de los acantilados
Comenzando a ser blanco.
La enorme casa de las aves
En los altos desfiladeros.
El excremento haciéndose dureza,
Una callosidad sobre el escollo
Redondeando el filo natural de la piedra
Durante inhabitados milenios,
Petrificándose en lo recóndito,
Lejos de praderas y raíces,
Como un faro blanco
Para las aves que seguían llegando.
Después el hombre: el indígena, las colonias,
El chino esclavizado;
Los arpones, las balas, los navíos y cañones,
La covadera haciéndose sangre:
Redobles, humo de guerra
Y luego, otra vez, ausencia:
Un edículo de guano tallado en el yermo, sólo eso;
Arcilla y puentes desiertos en la escarpadura,
Otra vez nido de pájaro.
En la transición: las caletas, las migraciones,
Los peces abultando las redes,
Las apropiaciones,
El improvisado poblamiento,
La ausencia de agua dulce,
La carretera, el camión aljibe, los estanques,
Las casas y la indómita permanencia.
Las pesqueras, la escases del recurso,
Las termoeléctricas, el deterioro
Del ecosistema, la crisis
Y el exterminio de los huiros.
Pero a mis ojos, siempre, la mole blanca,
El inmenso hito antes de Rio Seco
Escondiendo la cabeza y, más allá,
Las bellas costas de Ike Ike y Chipana.
En las cercanías el vestigio,
El fuerte olor a guano,
El polvillo rojo, el abono
Desmoronándose de los acantilados,
Los puentes cayendo de la altura de la roca,
Las estacas oxidándose en los riscos,
Los cables de fierro meciéndose
Sobre tenebrosas cavernas.
Más abajo el mar, el mar siempre,
Al frente, a los costados,
Rompiéndose en los farellones, horadando,
Buscando como recuperar el pedazo que fue suyo
Indiferente a los temas del hombre.
La naturaleza, finalmente, venciendo en la alta península,
En el Pabellón que otra vez viaja a solas
Cortando el océano y el tiempo
Como un gigantesco mascarón de proa
Que aguarda un futuro advenimiento.
Estanques de agua
Como pequeños silos se yerguen por la costa
Que los va derruyendo,
Sol y sal hasta el final de sus días.
Pegados a las casas, como tanques de oxígeno
O cantimploras que se atan a la cintura
Para soportar el largo camino del embate.
Sobre una torre de madera enmohecida
Escapan a la sed del mar y el desierto.
Iquique
Desde la despejada altura hospiciana
La ciudad se enclava como un espejismo
Hacia el azul insondable,
Entre cerros de color tornasolados
Y montañas de escarpada espesura.
Abajo la claridad que se abre en tus playas,
En tus costas de mar rutilante.
Tan parecida tu constitución
A la de todas las caletas y poblados
En este extremo del Pacífico,
Pero tu creces replegándote sin espacios,
Elevándote y fraccionándote sin orden.
Como en Pisagua, Tiliviche
Y poblados del altiplano,
Tu legado también se erosiona
Sin ser auxiliado.
Es tu bella geografía la que nos salva,
El consuelo a todo el descuido
En las calles, los muros y la costa.
Podrías brillar sobre el mar
Como un antiguo navío
Recién barnizado,
Pero naufragas, una y otra vez,
Desde el descuidado borde costero
De Playa Bellavista,
Orillándote por el Morro,
Hacia tu gran laguna antes del puerto,
El Faro de Isla Serrano
Perdido entre contenedores,
El muelle de pasajeros,
La ex aduana
Y desde allí hacia el estropeado
Balneario del Colorado
Y los precipicios
Del Marinero Desconocido;
El centro histórico y el sur
Que se expanden como una
Manga de chaleco mal bordado,
Hasta llegar a la bahía mansa
En los deteriorados galpones
De la ex Ballenera.
Todo el atractivo que podría
Elevarte a ciudad insigne
Es hoy el que desluce,
Y aún así, sigues siendo
Una localidad de gratos rincones
Que en el tránsito suceden,
De elevadas notas pintorescas
En la mezcla azarosa de tu arquitectura.
No eres el auge de privados
Interponiéndose en la costa,
Eres la herencia de edificios y calles
Que se derriban o no se restauran,
Pero en ellos no está la dote
Que la autoridad busca;
Entonces vas haciéndote un sueño
Al final de cada día, una imagen
En los bellos crepúsculos
Que navegan por la rada.
Paseo Baquedano
Baquedano se estrecha
En nueve cuadras de madera,
En su interminable formación
En fachada y veranda,
En sus frescos zaguanes,
Sus soleadas lucarnas
Y sus torres miradores
Que buscan el horizonte.
Iquique se limpia de sus
Abundantes estertores:
Los edificios se desvanecen,
El flujo de autos se corta.
En algún momento del día
Viniste a dar una vuelta
Y ahora es tu ropa
La que queda obsoleta,
Tú mismo, tan poco
Acostumbrado
A caminar en otra época,
A reconocerte en otro siglo.
Baquedano se empalma
En su pino Oregón
A lo largo de sus manzanas,
En sus balaustradas
Y faroles blancos
Que recuerdan
Antiguos navíos
Anclados en
Noches serenas.
Su viejo remanso
Aquieta el apuro,
Despierta el decoro
En una ciudad
Que se descompone.
Menos mal nos queda
La fachada
En las nueve cuadras,
El evoco intangible
Saliendo de los balcones
Hacia las calles
De roto empedrado.
Cuántas épocas hasta hoy
Viéndote sin estar terminado.
Toda la ciudad clama
El tránsito que convergía
En la antigua floresta
De la plaza
O en el dorado vestíbulo del Teatro
Esperando con sus puertas abiertas.
Teatro Municipal
La herrumbre a la vista,
El descascar de pintura
En el muro tiznado,
Las estaciones rotas.
Nadie recuerda tu plenitud
Como ninguno ve tu abandono,
Eres otro edificio al que
Robaron su historia.
El proscenio, el arpa
Que es tu fachada: se derrumban;
Caes en el centro de la ciudad
Como un cisne moribundo,
En una lejanía blanca y monumental
Te vas deshaciendo.
Eres un ballet para ciegos,
Una orquesta para sordos.
Ninguno de los que pisaron
El carmesí de tu alfombra
Y se maravillaron del dorado
Repicar de tus cuerdas vocales
Levantan humo de protesta,
Estás sola como en una cueva,
En el medio de la multitud: ignorada.
Como una bailarina de porcelana
Tirada en medio de la calle
Muestras inmóvil
La melancólica figura.
Tus puertas se cerraron,
El telón ya no corta las escenas,
Tus palcos son espacios oscuros,
Las butacas están llenas de vacío.
Fantasmas en el umbrío escenario
Para un espectador que es la nada.
La pintura en lo alto se marchita,
El dorado no resplandece.
No hay cuerdas, aire o percusión
Para los instrumentos,
Los aplausos no tienen manos.
Los rumores, las pisadas
Rechinando sobre la madera,
El nerviosismo que otrora inundó
La concavidad de tus largos pasillos
Duermen hoy en el hondo silencio.
Ex estación de ferrocarriles
Todo se ha paralizado
Sin saber dónde están tus trenes,
Eres hoy una plaza donde la gente
Sigue concurriendo,
Pero tú ya no viajas,
Estas detenido en un sueño eterno
Por laderas y explanadas de arena
Que deben ser infinitas;
Acaso será ese el sueño de los trenes.
Tus rieles son huesos de metal
Que se descubren en el desierto,
Tus durmientes adornos
En el jardín de las casas.
Ya no eres la cronometrada unidad
Recorriendo el desierto salitrero,
Eres óxido perdido en la pampa,
Adorno olvidado de los museos.
Tus andenes en la ciudad
Son un galpón de roto empedrado,
La puerta trasera que nadie abre
Pero donde sobrevive la hermosa techumbre
Que dio sombra a los días pasados
Y a la sequedad del baldío:
Esquelón de ballena
Mirado por dentro.
Al costado del registro civil
Te deprimes invalidado,
El doloroso presente que evades
Soñando con una época
De remota lejanía.
Cerro Dragón
La arena de playa y el viento
Elevándote durante veinte mil años,
Como dos manos que labran la greda:
Levantando, levantando, levantando
Hasta formar las costillas, la cola y
El lomo como un inmenso filo de espada.
En la costa fuiste duna dorada,
Grano de oro en el sol de la mañana
Y al crepúsculo escama tornasolada.
Y así durante eones frente a la costa,
Refrescando tus patas, bronceándote
La panza bajo la calidez del sol
Hasta dormirte para siempre;
De lo demás nada supiste,
Tal vez viste al Chango pescar
En la orilla de la playa
Como un sueño extraño
Antes de cerrar los ojos
Y dormirte para siempre.
Después la guerra y los asentamientos
Que fueron tapiando tus patas
Hasta robar tu vínculo con la costa,
Luego el progreso y la indiferencia,
Tu dinastía vuelta decadencia
En menos de cien años.
Ahora duermes entre casas y edificios,
Al fondo de todas las cosas, siempre.
El dorado es piso para un gris inerte.
Te encerraron sin darte cuenta
Y como en un zoológico quedas
Sin saber que hara de ti el hombre.
Torres de los relojes
El estilo ecléctico de otras modas
Llegando de otras partes, en otro tiempo.
El arte mudéjar en la torre
De arcos ojivales y gótico aspecto,
De cuatro relojes en las cuatro caras
Antes marcando los cuartos y las horas
En la sonoridad de una campana
Ahora muda y sin tiempo.
Más al norte otra de doce metros en Pisagua
Simulando ser faro en la escarpadura:
Asoma en la imponente bahía
Con su estilo neoclásico y su balcón
De cuatro ventanas clausuradas.
Sus tres relojes, también detenidos,
Sobre el pueblo como tres ojos
Blancos y ciegos que se llenan
De polvo en las grandes elipses.
Poe me susurra la siniestra historia
De villa Vondervotteimittiss
Cuando los miro estupefacto,
Entonces creo ver al diabólico ser
Colgando de las agujas sin vida.
El tic tac muerto del viejo mecanismo,
El corazón que ya no palpita
En las angostas entrañas de las torres.
Los pueblos de atalayas mudos y sin hora.
Pisagua
Que mal te visten Pisagua,
Que mal te nombran.
Vives en el horroroso recuerdo,
En la fatalidad que te nubla.
En tu ensenada
Un crespón se encumbra
Sobre el sol y la marea:
La imagen de una niña
Detrás de un velo negro.
Para ti no hay bailes ni bombo,
No hay santos ni días festivos.
Tu tradición es el abandono
De los pueblos
Después de la fiesta.
El fervor tarapaqueño
No toca tus lindes,
Para ti nadie se viste
Ni espera una víspera,
Tampoco la moda
Y los sabios de enciclopedia
Que etiquetan una foto,
Pero nunca te asisten.
No eres un gran cementerio
Con vista al mar, como te nombran,
Eres un balneario revestido
De antigüedad y abandono,
El patrimonio cayendo
En la desolada serenidad
De tus plazas y tus calles;
En el quedo silencioso
Que se sienta en las bancas
Y miradores a lo largo
De tu soberbia bahía.
Eres un ideal para largos descansos,
Para despertares mansos
En el crepúsculo que te inunda
De naranjos y violetas;
Una larga lista de cualidades
Jamás empezada.
No eres la calavera helada
En que te han convertido,
Eres un cántaro tibio y brillante
Quebrándose en un rincón de la costa.
Cruces
A la vista aparecen sucediéndose
En los faldeos de un cerro lejano,
Al borde de la ruta o como un jardín
De astillada estaca en el desierto;
Tornan de lúgubre aspecto el descampado,
El solitario espacio que llenan
Con un grito de espantoso silencio
Cuando sin esperarlo,
Asoma la vieja silueta de madera
En algún lugar al final de la tarde.
La imagen de un espectro que ronda
Sin precipitarse de ninguna leyenda,
Lo veo ante mí entre las cruces,
Como una esquiva visión
Apareciendo sobre los sepulcros.
Su vieja mortaja vacila en el viento,
Entre las viejas cruces donde se enreda
Como una transparencia.
Caleta Buena
Que difícil llegar hasta ti y
Ver tu casa aún más inhóspita,
Desde el alto, con el agua
Hasta los pies y el cerro orillándote,
Sin vida, como el esqueleto
De un ave en los roqueríos
A punto de hundirse en la ensenada
Y perderse para siempre.
En la impenetrable barrera
Que te erigieron sucumbes,
Ahora es el viento en la ruina,
La huella en los rieles perdidos;
El presente deshaciéndote
A solas y sin apuros,
La ola en los días
Cincelando inagotables.
Poco va quedando en los
Farellones y sus laderas,
La bahía vuelve hacia el llano
Como tú a la fecha
Que el tiempo guardará
En sus infinitos anaqueles.
Adiós Caleta Buena,
Me despido sin haber conocido
El prodigio que fueron
Tus andariveles,
El de tu vida que hoy regresa
En un atardecer
De tonalidades sepia.
A pie vuelvo al alto,
Por el surco dejado en la arena.
Arriba otra vez la pampa,
El verdugo que también me aguarda.
La errante
La muerte que estuvo aquí
Nos sigue rondando,
En la lejanía la observo
Volar sobre los riscos.
Se encumbra en volutas negras,
En lo inhóspito se enclava.
De luto y roja cabeza,
De bufanda negra
Por eriales de roca y desierto.
Un ave es quien la señala,
Su fiel heraldo en las cumbres
Aguardando su tajada.
Arriba, en lo alto,
Como un oscuro péndulo
De reloj se suspende.
Gigante de Tarapacá
El destiempo dormido en
Ochenta y seis metros de estatura.
El inmenso grabado, sólido
Y enigmático como una piedra
Mira hacia el llano cenital
Que debió ser su casa.
El misterio que trasciende
Sin darnos explicaciones
Se hace forma en una duna
Del desierto,
Indescifrable como la vida:
Aparece,
De una antigua civilización
A la nuestra y luego a la próxima
Que no conoceremos.
El dios retratado carga
En su imagen lo ajeno:
Días ancestrales dispuestos
En una criptografía.
Su representación es una alabanza,
Una visión detenida
Para el descubrimiento no datado,
Para lo no rotulado por la boca
De antropólogos y cronistas.
El coloso debe quedar
Tranquilo en la cima,
Plácido como se mira;
En su jardín, que es la pampa,
Debe quedar imperturbable
El sosiego que el desierto
Impuso en los días y las noches.
Aquí donde la vida sigue
El rito indescifrable del cosmos,
No debe urbanizarse la tierra
O cimentar la idea de una maqueta.
Mientras vamos a la nada,
El gigante debe quedar inmaculado,
Eterno en la explanada
De piedra y granito,
Como brotó a la vida,
Como nos vino y debe llegar
A los que vengan:
Inalterable en su pedestal
De guijarros ígneos,
Atesorando los enigmas
Hasta que la tierra vuelva a ser
Una partícula de polvo
En la oscuridad infinita.
Altiplano
Hacia la alta claridad, hacia el aire elevado,
Hacia los valles y finos riachuelos: asciendo.
Sobre montañas y laderas de brotes amarillos,
Entre el Pajonal y la Llareta, los Cardones
Y los cactus Candelabro enhiestos
En la libre distancia de los cerros.
Hacia las cumbres níveas y el cielo abierto,
Al entrecortado espejo de los bofedales,
El azul pétreo del agua escurriendo
En los vegetales romos y turgentes.
A la altura perfumada a Chachacoma,
Las fragantes hierbas, el caprino olor de la tierra;
Las hondas quebradas, la casa de piedra,
La última vitrina de la perdida identidad de la tierra.
Por favor ya no vengan a buscar la veta,
A delimitar el espacio, el camino libre y agreste;
Dejen que la vizcacha salga tranquila
A tomar el sol de la mañana, que el llamo paste
Y el zorro cace en la libertad de las praderas.
Por favor ya no vengan a morder la altura de la tierra,
La casa etérea, los ruedos libres del cóndor.