Estas orejas nos impiden el descanso. Cuando nuestros ojos se cierran son abiertos por cualquier sonido, por minúsculo que sea.
Muchos de su especie critican con enfado nuestra intermitencia en el sueño, que consigue hacerse un poco mayor cuando las cosas de allá afuera dejan de tocar los espacios o emitir sonidos extraños.
Ustedes no comprenden cómo nos gustaría poseer esas pequeñas orejas que les permiten dormir sin sobresaltos. Es por ello que cuando el ambiente se intranquiliza generamos fuertes alaridos con el fin de alterar su descanso. Si nosotros no podemos dormir, tampoco dejaremos que ustedes lo hagan, y ese es un pacto muy antiguo que se difundio en nuestra especie.
Su mandato exigía que si en la distancia, sobre todo en lo más hondo de la noche, un ladrido sonaba, teniamos el deber de ir multiplicándolo en el abismo del bosque ahora convertido en un sucio callejon. Nuestra voz era el ancestro que despertaba un instinto protector, un pulso de alerta que debiamos transmitir para que ustedes tomaran sus armas.
Nuestro pacto se ha mantenido incólume durante siglos y durante siglos nos hemos privado de dormir como ustedes lo hacen. Sin embargo en la actualidad prescinden cada vez más de ese acuerdo, nos amonestan sin saber que a nuestras orejas les es imposible no escuchar la acción que el ancestro prescribe. Sus retos nos apenan. Nos duele que todavía no sepan comprender que nuestros aullidos emiten poderosas señales solamente para cuidarlos a ustedes.