Pirómanos

        Quemaron mi casa y me culparon. Es cierto que no era mía, pero yo fui quien colonizó su abandono. Nos ayudábamos, yo organizaba el espacio lleno de mugre, la limpiaba; ella prestaba el asilo, me protegía en las noches en las que sentía que la vida se me venía encima. Es cierto que a veces prendía fuego, pero lo hacía en el cemento y únicamente cuando sentía mucho frío, luego lo apagaba. La casa estaba hecha casi toda de madera, sabía muy bien lo que podía ocurrir si lo descuidaba.

         El día del incendio un grupo de personas irrumpió en ella. Llevaban máscaras, pero distinguí que todos tenían el mismo símbolo al costado izquierdo de sus camisas. No recuerdo bien cómo era. Dos de ellos me agarraron mientras los otros echaban un líquido por las paredes y el piso de las piezas. Luego salió olor a parafina y sentí el chispazo de un encendedor. El fuego apareció en el living, consumió rápidamente mi cama y las cosas que había encontrado en los basurales de la ciudad, después se expandió hacia las paredes. Traté de librarme de las personas que me sujetaban mientras me sacaban a la calle para ir a apagarlo, pero no pude. Cuando el fuego ya se había extendido por todo el primer piso me soltaron y huyeron. Era de madruga. Intenté entrar para hacer algo, pero era imposible. Miré todo de rodillas, desmoralizado. Mi casa ardía, su interior estaba rojo. El techo y las paredes caían derrotadas por las llamas.

         Sentí las sirenas de los bomberos a lo lejos, cuando llegaron ya no había mucho que hacer. Del agua de sus mangueras salió humo blanco. Mi casa era ahora un montón de carbón esparcido por el amplio terreno donde había sido construida, sólo quedaba el piso donde a veces prendía mis fogatas. Me hicieron algunas preguntas y luego me detuvieron hasta que llegaron los pacos. Ellos me trasladaron a una comisaría, me encerraron durante dos días culpándome de lo ocurrido. No creyeron mi relato, sólo decían que yo y mis amigos fumones provocábamos los incendios. Les respondí que ni siquiera fumaba, pero sólo se rieron. Cuando me soltaron me dijeron que iría preso si me volvían a sorprender viviendo en otra casa deshabitada.

         Hoy vivo en los roqueríos de la ciudad cerca del puerto, tengo una tos que no se me quita desde que resido allí. Extraño mucho mi casa. La última vez que pase por mi antiguo barrio noté que habían removido los escombros y el terreno estaba cercado. Un letrero inmenso anunciaba la construcción de un edificio.      

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