Sintónicos

          Preparo mis cosas para salir a caminar fuera de casa: tomo las llaves y los lentes, aunque no puedo hacer lo mismo con la gorra que parece no estar en la mesita de entrada donde siempre la dejo. Sin darle importancia a este hecho, decido buscarla al regreso, además, la mano que mantengo en la perilla de la puerta me apresura. 

          Al salir echo llave, guardo el manojo en uno de los bolsillos y camino hacia la entrada del antejardín, abro la rejita y salgo. Mis pies finalmente se posan en propiedad colectiva. 

          Comienzo a recorrer algunas cuadras, a buscar una calle por donde no haya pasado. Mi objetivo es conocer el estado de la mayoría para averiguar cuál es la mejor camino hacia la playa. Este es un juego que me impuse hace un tiempo. Desvío luego por un pasaje que desconozco, pero descubro, en el corto andar, que su adoquinado está carcomido... 

- “Tampoco es ésta” - me dice una vocecita en la cabeza. 

          Continúo el tránsito por el pasaje. Todo en él parece ser tierra y concreto, a excepción de la sombra de una palmera sobre lo incipiente de un pasto que no tiene donde extenderse. La imagen me recrea el frescor de la gorra sobre los pelos de la cabeza... 

- “Debiste haberte dado unos minutos para ir por ella” - pronuncia el habla. 

          Y tiene razón, el calor destella una ofensiva potente. Doy unos pasos más y llego a la sombra que proyecta un edificio, un alivio momentáneo me sobreviene... 

- “Si no hay árboles para refrescarse al menos hay paredes de concreto” - me dice otra vez la vocecita. 

          Esta vez asiento. Después de la sombra del edificio el pasaje termina, siendo reemplazado por el asfalto negro de una vía. 

          Los autos que pasan detienen mi recorrido. Rugen y hieren con sus bocinas. El timbre de la ciudad en esa zona me parece insufrible. Luego busco el paso de cebra para ejercer mi poder sobre ellos, para detener a las bestias… 

- “Es como el laberinto que debías seguir con un lápiz hasta encontrar la salida” - agrega la vocecita. 

          Estoy de acuerdo, respondiéndole que el dibujito del mar fuera del margen indica la salida. 

          Una vez en el cruce mis pasos se detienen por algunos segundos. Miro el lomo del mar asentado unas cuadras más abajo. Los autos dejan de tener importancia. 

          De aquí en adelante es continuar por la vereda hasta la playa, el juego de las calles concluye, he perdido nuevamente. 

          Bajo mis pies distingo el blanco y el negro intercalándose mientras cruzo por el paso... 

- “Eres como la pulga que camina en la espalda de una cebra” - agrega la voz diminuta. 

          La idea me saca una sonrisa. De súbito un ruido acompañado por un hálito de caucho incinerado me eleva, luego otro, que parece golpearme la cadera me hace recordar el sonido de un vidrio multiplicándose en mil partes, después una alternancia de cielo y asfalto parece apoderarse del mundo... 

- “Estas dando trompos en el aire” - me aclara el habla. 

          Creo asentir mientras vuelo. 

          Cuando la levitación termina siento el hervor del asfalto quemándome la espalda; luego escucho una vocecita ajena que se lamenta, no logro entender cómo consigo hacerlo, pero parece decirle a su dueña que si hubiera aceptado la invitación de la oficina no habría existido esta coincidencia. La mía, que es apenas un jadeo, me dice que de haber ido por la gorra el auto me habría pasado por el costado. Después se silencian.                     

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