Adoras subirme al trapecio, verme caminar en la cuerda floja con gesto aterrado mientras sostienes el hilito con ambas manos.
No es un engaño que a veces la soga se hace más firme o más tambaleante según el estado de tus emociones, y es por ello que a veces quisiera que me dejaras caer sacudiendo la cuerda.
Esto último no por suicida, sino más bien porque me espanta la idea de no saber cuando volverá la inestabilidad al trapecio, prefiriendo saltar de su altura antes que seguir al vaivén de la cuerda.